Scalabritney, Martín Zícari

El narrador de Scalabritney es un joven estudiante que cumple con los estándares del universitario en las grandes ciudades: un departamento compartido, amigos, encuentros sexuales, fragilidad laboral. Pero su vida privada es, mucho antes que el dominio de lo concreto, la incontenible producción de fantasías que sostienen su discurso interior. Y es en torno a esta dicotomía entre lo real y lo imaginario, a la tensión entre lo experimentado y la ilusión, que Martín Zícari va edificando una prosa sostenida en la oralidad y el desparpajo.
 
El resultado de esta operación es una obra que avanza a los saltos entre un estilo de baile basado en la animalidad cuadrúpeda y el sarcasmo sobre la jerga académica; entre una película de terror hipotética y una antropología libidinal sobre los motoqueros de Buenos Aires; entre el arte contemporáneo y las variaciones sobre los resultados de una carta astral.
 
En Scalabritney, la imaginación puede ser leída entonces como una vía de escape, pero el resultado de esa evasión es una nueva morfología de la subjetividad: más rica, más festiva y, posiblemente, más profunda.
 
Fragmento
 
Y me conseguí un trabajo, en bici, para ser como ellos, y hoy es el primer día que tengo que andar en bici en relación de dependencia. Llevá esto y traé aquello en la bici hasta tal lado y después hasta ese otro lado, el laburo es así, ¿viste? Te dicen lo que tenés que hacer y te vas y no hacés preguntas. Ganando dignidad, en bici con un jefe que me manda, que me da su paquete para que lo lleve conmigo y me dio mi primer paquete, ay, que es una bolsa de plástico toda rota llena de calzoncillos y medias sucias. Llevá esto a Núñez, al Laverrap de Núñez porque los del resto de la ciudad no me gustan; tiene que ser antes de las quince, ¿llegás? Y como eran las doce re llegaba y le dije sí y me dio el paquete y pensé ¿cómo lo llevo en la bici? Era grande, como el tamaño de una bolsa de consorcio, transparente y podía ver lo que había adentro, ay, mi primer paquete, cada vez me falta menos.
 
Pero antes de salir, tenía que elegir la música, y busqué al toque en mi morral celeste mi iPod y traté de encontrar algo de cumbia, muy necesaria para completar la transformación, y no, no era la cumbia que escuchan ellos, pero puse una música que me re flasheó y le saqué el candado a la bici y arranqué con toda.
 
Y en el medio del camino tuve una charla interna en la que yo actuaba de mí mismo negándome a llevar la bolsa de calzones de mi jefe por considerarlo inmoral. Lo miraba con cara de orto, y le decía yo he trabajado muchas veces en relación de dependencia, y la verdad que esto es inadmisible, realmente esto está abolido por ley desde el peronismo, o sea, no puedo encargarme de tu ropa interior, es como una violación, no sé, la verdad me parece raro, yo así no me tomo mis responsabilidades, y menos mi trabajo, pero bueno si vos te manejás de esta manera, yo ahora lo sé y voy a actuar en consecuencia. Le decía todo esto, y él me respondía cosas re capitalistas que me hacían a mí seguir en mi postura cada vez más firmemente, me respondía cosas como pero yo te dije que el trabajo iba a ser así, yo necesito a alguien que se encargue de estas pequeñas (pero muy importantes) cosas.
 
Pero en el medio del camino algo me distrajo, capaz alguna esquina peligrosa o una canción, pero algo me distrajo, y me olvidé de las conversaciones mentales con mi jefe, y pensé que todo era perfecto, que si recordaba este momento para siempre, no había dudas de que podía ser feliz cuando se me cantara, todo perfecto. Menos algo, faltaban luces en la escena, una iluminación acorde con la perfección, luces tipo flashes, de esas luces de los boliches, de colores, porque estaba todo: la música estaba muy bien, había llegado a un buen ritmo con el pedaleo, por lo cual estaba casi bailando, y el sol de invierno me pegaba en la cara, y no estaba cansado, ni llegando tarde y quedando mal, y todo era perfecto, me sentía muy bien, a las once de la mañana, en mi nuevo trabajo. Pero faltaban las luces, la puta madre, o sea, sólo eso, y dije ya fue, las hago yo a las luces, porque me había dado cuenta de que por haberme encandilado con el sol, cuando cerraba los ojos fuerte me aparecían luces en la cabeza, luces que no sólo brillan, sino que se mueven y cambian de colores, y les podés dar el ritmo que te gusta porque se prenden cuando cerrás los ojos, entonces las podés combinar con la música que estás escuchando, e hice eso, y ahí estuvo todo perfecto, en serio.
 
 
 
 
 
Autor
 
 
 
   
Martín Zícari (Buenos Aires, 1989). Publicó las plaquetas de poesía Dragón de
agua (2012) y El problema de la droga y los días lindos (2013) y los relatos eróticos Papus (2013). Scalabritney es su primera novela.
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