El ente, Luciana Strauss

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El ente (Alto Pogo, 2018) transcurre en un típico edificio público del Estado. Escasa entrada de luz natural, mobiliarios viejos y paredes descascaradas. Entre biblioratos, formularios 472 y cartas de Tarot, nos adentraremos en la historia de un grupo de empleadxs de planta permanente que pugnará, sin escrúpulos, por obtener una porción más de ¿poder?

La verdadera rosca es por ocupar el lugar del otro. Sobrevivir, comiéndose las sobras del plato ajeno. Un sindicalista putrefacto y corrupto, una señora que busca retrasar su jubilación por diez años, una antropóloga que exige su escalafón de profesional universitaria y un manojo de entidades que parasitarán sus horas al servicio de la hipervigilancia, viendo para qué lado va a girar la tuerca.

El Ente combina crudeza con delirio en un viaje lisérgico. Lo peor del individualismo se abre camino entre praderas de yerba y kilómetros de hilo dental que marcan la línea divisoria entre lo real y lo fantástico, lo ético y lo estético, lo humano y lo inhumano. Las entidades subsisten como caramelos suchard perdidos debajo de un armario o en el fondo de un cajón. Son deseos con muerte cerebral. Autómatas que fabrican macramé.

¿Qué oxígeno se respira en el Ente?
Ácido, pesado como volquete lleno, escaso, rancio. Los personajes caminan entre cadáveres y escombros de una sociedad que creen perdida hace mucho tiempo y a la cual, paradojalmente, no pueden dejar de saquear. Con los ojos llenos de ojalillos, las espaldas saturadas de etiquetas adhesivas y las bocas infladas de tinta, las entidades se pegotean en una trama de contratos, recategorizaciones y vueltos. La frialdad, inquieta. Los valores humanos se caen uno por uno en ese cajón con fondo infinito, donde cielo y tierra se igualan en un divino infierno.

Desde los subsuelos más oscuros e infernales hasta la terraza luminosa y miserable (cuya puerta de ingreso depende de una única llave), El ente nos sumerge en una rutina inmunda y pegajosa en donde la capacidad de amar se reduce a la propia supervivencia.

Surge entonces la pregunta: ¿es posible ocupar un lugar? ¿un lugar otro, más allá del ente? Parte de la respuesta podría encontrarse en aquellos pasajes del libro donde emerge algún significante de vida, por más efímero y precario que parezca. La posición de algún planeta que llena a los arianos de luz, una mirada sincera, una palabra desinteresada, un gesto de ternura.

No todos los días un durazno aterriza en un zapato
Dos plantitas sobreviven a la oscuridad. Les basta un puñado de minutos de luz y sol, todos los días, regarlas y ajustar su posición. Y sobre todo, Nelly, que es de las más antiguas y, aunque la juegue de callada, le sobran años de gestión cajones adentro. Planea cambiar la fecha de su ingreso en el Ente para alargar diez años su jubilación. Su guía, la tarotista, agoniza en los subsuelos, pero hay un hilo de luz que le atraviesa el cuerpo. Se lo erotiza. Es que no todos los días un durazno aterriza en un zapato. Entre tantos números y papeles hay un boleto que contradice la muerte, un número entre tantos números que la ilusiona con ser afuera de ahí, más allá del Ente.

En cambio, para el Rolly, la salida de una jubilación es la entrada de un puesto de trabajo que le pertenece. Y el durazno le representa otra cosa. Es su llave a lo más alto: la terraza. Prueba viva de su condición de machirulo sindical con prótesis de polietileno en el bolsillo que aspira su propio egoísmo como combustible.

El ente nos interpela en ese punto, allí donde lo obvio está en deuda con lo cotidiano y la fantasía no tiene metáfora. Nos ubica en el incomodísimo lugar de darnos una entidad entre muros.  Luciana Strauss nos introduce, de un estornudo, en un espacio fantástico, real (en el sentido de lo compulsivo y lo traumático) y mágico. Sin dudas, su pluma no pasará desapercibida. Posee tres condimentos que se combinan muy bien: pimienta negra, ají puta parió y miel. El ente refleja esa receta literaria: una prosa dulce y picante.


“Luciana Strauss”, fotografía de Mai Albamonte
Luciana Strauss nació en 1980, es socióloga y docente universitaria. El ente es su primera novela y evidencia una experiencia fantástica: el pasaje de la escritura académica a la literatura, propiamente dicha.

 Escribe: Damián Cots

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