Paraguay, Martin DiLisio

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Primeros fríos, primeras tardes oscuras. Martín Di Lisio llega al bar de Palermo cuando cae el sol. Su reciente novela, Paraguay, nos instala en la cama de hospital desde la que el protagonista recuerda otras seis noches, atípicas, enrarecidas, en las que conoció a una cofradía de marginales mientras su hermano, entubado, ocupaba otra cama como esa. Así, la narración pendula entre la odisea de la nocturnidad y otra odisea, íntima e inconsciente, que lo remite a sus orígenes en Amambay y Asunción.

Conversamos acerca de la extensión de Paraguay, del acecho de las formas breves en las mesas de las librerías, de las fragmentaciones y la limitada disponibilidad de tiempo del lector contemporáneo. Hablamos de todo eso pero la aplicación se pausa y no graba. Vamos de nuevo.


La historia comienza con una escena apocalíptica.

El lugar en que nació esa escena fue un hospital del conurbano, en Loma Hermosa, acompañando a mi abuelo de noche. Hay ciertos lugares, horas, momentos en que la realidad es medio apocalíptica y suceden cosas. Cualquier lugar del conurbano es mágico porque uno encuentra vestigios de una especie de reino. La vida va por otros carriles, podés encontrar grupos reunidos, situaciones que uno no vería en Tandil o Capital Federal, hay un micromundo ahí. Entonces, cuando estaba en ese hospital, prenden fuego un camión en la esquina. Esa imagen da nacimiento a Paraguay aunque no se llamaba así en un principio. El protagonista es Cáceres, un tipo callado, medio parco y aburrido, acompaña a su hermano, que está en una especie de agonía. Hace mucho que no lo ve, lo acompaña por mandato familiar, se aburre un poco a la noche, así que sale del lugar y encuentra este auto prendido fuego y un grupito comandado por un tal Molina, hablador y entrador. Él se mete en esta comunidad, pasa las noches con ellos y es donde ocurre el meollo de la historia. Me gustan estos personajes medio marginales aunque siempre les doy una vuelta de rosca, son marginales pero tienen su dinámica, reglas, una sociedad normada, ciertas noches hacen unas cosas y otras noches realizan otras.

Sí, también semeja esos tiempos vitales, no solo la adolescencia, en los que uno se mete en espacios extraños como forma de reclusión, ¿no? Pudiste elegir contarla en primera persona, ¿cómo fue que decidiste llevarla a tercera?

Cuando la empecé a escribir, la novela se me mostró en primera persona. Pero Cáceres, el protagonista paraguayo, era un tipo callado y chocaba contra las paredes tratando de avanzar en la historia. Entonces la pasé a tercera persona, Cáceres dice todo el tiempo sí o no y escucha a Molina, su gran interlocutor, quien le habla y le cuenta historias. Este personaje vivió en el interior, en Río Tercero y recayó en un taller mecánico que le presta la hermana. Es el tipo que cuenta, el que parece manejar los hilos del grupo, es quien propone todo el tiempo. La tercera persona me permitió jugar, limitarme al punto de vista de Cáceres me comprimía el mundo.


“Paraguay padeció un designio de catástrofes en los últimos ciento cincuenta años. Esos recuerdos se metieron fuerte en la novela. Quería una persona con pasado. “

No es una novela hospitalaria. ¿En algún momento tuviste que escaparte de esa clasificación o naturalmente no lo fue? A veces los espacios que transita la acción condicionan la escritura.

En realidad pasaron dos cosas. Primero, no nació como una novela hospitalaria, el hospital está ahí, nada más. Segundo, originalmente eran seis noches donde él salía, encontraba el auto prendido fuego y después pasaba las noches con esa comunidad. Se hablaba poco del hospital, mechaba con sus recuerdos. Siempre quise escapar del hospital, por eso no hablo de enfermedad, no hablo de detalles sino de lo que pasa adentro, son anécdotas que se relacionan con otras cuestiones. El tercer tiempo de la novela son los recuerdos de su infancia, de su vida en Paraguay, donde transcurren la infancia en el campo paraguayo y la adolescencia en Asunción, antes de venir a Buenos Aires.

¿Y la elección de las contextualizaciones? Río Tercero, la inundación, Paraguay mismo, lugares de catástrofes.

Creo que en cualquier paraguayo con el que puedas conversar sobre su historia de vida está el recuerdo de la Guerra del Chaco. Paraguay padeció un designio de catástrofes en los últimos ciento cincuenta años. Esos recuerdos se metieron fuerte en la novela. Quería una persona con pasado. Por eso, en la primera versión dialoguera, donde los recuerdos se mechaban en esas seis noches, tenía a un Cáceres sin presente, el Cáceres del hoy quedaba colgado en sus historias del pasado como los desalojos en Amambay. De Paraguay conozco poco, Ciudad del Este o alguna escapada a Asunción. No conozco el interior paraguayo pero en esa zona de Amambay parece que buscás y encontrás historias de desalojo, vecinos en lucha, represión. Levantás una piedra y encontrás un quilombo. Después está su vida en Asunción, el campo donde vive y también el Mercado 4, el que aparece en la película 7 Cajas, un lugar caótico de día y de noche. Luego viene a Buenos Aires, trabaja en la construcción, hay muchos paraguayos con una historia parecida. Incluso el nombre Paraguay fue surgiendo. Primero se llamaba Seis Noches, luego Los estropeados. Cuando empezamos a hablar con Marcos (Almada, editor de Alto Pogo), quedó definitivamente ese nombre.

El hospital, funciona como un pivote, el punto en que se hace pie para que la historia progrese.

Es adonde él puede volver cuando quiera cuando se va del grupo. Al principio no aguanta mucho, no entiende ese funcionamiento de la comunidad por eso en el relato principal vuelve a dormir a la cama de al lado de su hermano. En su memoria, además, es el lugar donde recuerda todo, porque la novela en sí sucede en el pasado.

Paradójicamente ese hermano es el único eslabón que lo lleva a su origen.

En un momento él dice que con su hermano el único interés que existe es que es su único familiar y lo único que lo une a su historia en Paraguay. Ya no le queda nada ni nadie de lo que tuvo allá.

Martín Di Lisio - Dante Fernández 01
En la novela flotan las vírgenes, el Cristo, desde la mirada del culto popular.

Eso es algo que siempre me interesó, más allá de Paraguay, dentro de mi espíritu hay mucha de esa religión popular. En este caso, capaz que los santos populares son la Virgen o Cristo, a la virgen le falta la cabeza pero es la figura que encontrás en cualquier oratorio. Es común en el conurbano, capaz que se tira un montón de basura en un sitio específico de la calle y los vecinos, sean creyentes o no, levantan una ermita de la Virgen y la gente no tira más basura. En el taller mecánico del grupo hay una virgen que está limpia, se nota que la cuidan, es como una especie de ángel de la guarda. Igual no tienen comportamientos religiosos, excepto tenerla ahí por las dudas, no hay liturgia.

Tal vez sí, no las liturgias convencionales pero sí ritos que apaciguan inseguridades y miedos.

Cáceres piensa que el hospital es un buen resumen de la vida. Es como una condensación de la novela esa situación hospitalaria. Es un tipo al que la vida lo va llevando, un personaje pasivo.

¿Cómo fue la transición del cuento a la novela?

No es más difícil escribir un cuento que una novela. A mí me cuesta un poco el tema de la extensión, de hecho Paraguay es una novela corta. No es la primera novela que escribo pero sí es la primera que edito. El cuento tiene ciertos requisitos: que no haya palabras de más, una unidad temática, algo que más o menos cierre. En cambio con la novela podes jugar más, cambiar puntos de vista y personajes, hacer mil cosas. Escribo novelas pero las corrijo como si fuesen un cuento.

En rigor de verdad, Paraguay tampoco tiene palabras de más, es económica.

Me cuesta un poco divagar. A las dos escenas emblemáticas, la del taller y la del auto prendido fuego, las vi como una especie de fotografía, describí lo necesario. Mi mecanismo de escritura de novela no difiere del mecanismo de cuento. No sé cómo hace otra gente. Yo escribo, voy para atrás, corrijo y retomo. Es raro que escriba veinte o treinta páginas seguidas. Por lo general vuelvo hacia atrás, voy capítulo a capítulo, no son capítulos largos, seis páginas como mucho, ese puede ser el tamaño de un cuento. Por ahí la manía correctora me conduce a una novela compacta. Así y todo, puedo jugar con otras cosas como los tres tiempos que tiene la novela, ir para atrás, jugar con el presente, desarrollar algunos personajes. El cuento no me da esa posibilidad, igual no siento que escriba distinto. Por ahí la elección de novela y no de cuento tiene que ver con la historia, tenía personajes y necesitaba más extensión, por eso Paraguay tiene entre noventa y cien páginas. Se ven bastantes novelas cortas.


“Es común en el conurbano, capaz que se tira un montón de basura en un sitio específico de la calle y los vecinos, sean creyentes o no, levantan una ermita de la Virgen y la gente no tira más basura.”

¿Qué te gusta leer?

Estoy leyendo literatura nueva de acá. También temas diversos como el ensayo Corea, dos caras extremas de una misma nación de Wizenberg y Varsavksy. El año pasado leí unos ocho libros de poesía. Además libros de Kawabata, otros de la editorial También el Caracol, yo escribí un par de cuentos medio japoneses.

El Arte de Kiyoshi, relojeril en extremo.

Ese cuento fue súper corregido, la voz japonesa me costó. Lo pronunciaba tal cual se lee y en realidad se decía kioyi, saber eso me cambió el cuento. No fui mucho a taller pero me sirvió porque venía escribiendo cositas sueltas, nada tangible. Ese año y medio de taller me dio otro formato. Por ahí esa obsesión correctora del cuento vino de ese momento. Ahora los escribo más líricos, pasan menos cosas. Al cuento corto lo llegué a manejar más o menos como quería, dije: “acá está, es esto”. Con mi grupo de amigos nos autocorregimos. El otro día, releyendo Pictografías (Premio Fondo Nacional de las Artes 2013) encontré marcas de corrección hechas por ellos en aquella época, unos ocho años atrás. Se editó en 2015, es un libro al que quiero mucho, ojalá se pueda reeditar. En ese libro hay otro cuento, Japón, que también forma parte de mi zoológico de cuentos japoneses. Es la historia de un tanguero reconocido al que le decían Pirucho, no recuerdo su nombre, siempre estuvo rodeado de historias vinculadas al plagio. A ese cuento lo narra el violinista que viaja a Japón junto al resto de la orquesta, de ahí toman acordes de una orquesta japonesa que nada que ver con ellos. Ese cuento, incluso el mismo libro escrito dos años más tarde hubiera estado más desordenado.

Hablaste del grupo de amigos con los que se corrigen, ¿también Paraguay?

En realidad casi todo lo que escribo es junto a un grupo de cinco amigos escritores, el que escribe algo lo manda al grupo y bueno… siempre es destrozado. A veces uno está maduro y dice: “entiendo lo que me corregís pero lo voy a dejar igual”. Sí, tuvo lectura esa novela, no la última versión, en esa etapa me volví solitario. Por ese entonces, todavía se llamaba Seis noches. De esas primeras correcciones surgió que al personaje le faltaba presente pero no lo podía anclar a ningún lado, entonces suspendí la escritura un par de años y reapareció con el nombre Paraguay. Lo que hizo el grupo no fue una corrección de las ochenta o cien páginas sino de la idea general. Cuando me trabé, la dejé descansar. En general pasa eso, si tenés la idea del cuento de tu vida, así sean dos páginas, no podés escribirla rápido. Físicamente lo podés hacer pero si no le das otra lectura una semana después, no sirve. Una vez escuché a este chabón que ya se murió, uno de los Les Luthiers, Rabinovich, él sacó un libro de cuentos. Recuerdo que en la entrevista dijo: “Lo bueno de escribir cuentos es que, al contrario del espectáculo, no te lleva casi nada de tiempo, en un mes tenés un libro de cuentos”. De por sí no me interesaba, pero si encima dice eso… Un libro de cuentos es tan grande como una novela, necesitás tiempo para revisarlo. Si lo leés en un mes, podés encontrarle mil cosas, después otras mil más. Igual llega un momento en que necesitás soltar. Paraguay es una tercera versión, después la llevé con el editor y le corregimos algunos detalles.

¿Cómo fue el trabajo final de edición?

Una vez subí a Facebook una boludez al estilo: “¡Uy loco, por fin terminé de escribir el libro!” y adjunté una foto de la captura de pantalla que decía Paraguay y otra del libro de cuentos. Entonces Marcos me llama y me dice: “Mandame los manuscritos”. La boludez sirvió. Le mandé las dos cosas. Tengo un amigo que siempre me dice que las redes sociales hoy son todo, descreía de eso, ahora no tanto. A Marcos lo conocía pero no había editado con él, cuando se la mandé me dio el ok. La tenía súper corregida pero igual le modificamos unas pocas cosas. Un corrector la revisó también.

La mirada del editor es diferente que la de los escritores.

Sí, a mí me parece que el editor no es tan creativo mientras que lo que hago con mis amigos escritores es todavía parte del proceso de escritura, es chequear si funciona, capaz que ellos me dicen: “Esto mejor hacelo por otro lado”. Cuando la vi con Marcos, la novela estaba, había que hacer correcciones de alguna tilde o coma, algunas palabras para no repetirlas.

¿Y las fotos del interior?

Ese fue el diseñador. La idea de la tapa es de Marcos. Yo tenía la idea de una persiana o el auto derrumbado en la fosa. Marcos siempre fue por la tapa con el auto prendido fuego porque llamaba más la atención. Después, la novela tiene que estar a la altura. Hubo un par de tapas antes, la primera nada que ver, la segunda algo parecida y la tapa final. Con Marcos hicimos un trabajo ameno, sin careteo.

Volvamos a la narración, ¿el calificativo de estropeados antecedió a los personajes? Porque a veces determinadas connotaciones preceden a la creación.

La tengo muy presente a esa palabra para esos dos personajes a los que Molina llama y funcionan como un dúo cómico, no me acuerdo de dónde la saqué. No es una palabra que use mucho, alguien me sugirió un sinónimo, después quedó estropeados. Igual, el nombre Paraguay es con más precisión lo que quiero decir en la novela. En la Feria se acercaron dos chicas paraguayas, una vive acá y otra allá, la de allá abrió la novela, le llamó la atención el nombre y un capítulo le recordó una canción que escuchaba en el colegio todos los días.

Lo admito, la googleé para chequear si existía, Noches de Paraguay.

Claro, es una obra clásica. Ese capítulo es medio nuevo, Cáceres rompe las reglas y se anima a jugar más en las noches de taller mecánico, la busqué para que él tuviera su canción típica. Paraguay, sin pretenderlo, puede llegar a meterse en un nicho, en el caso de que algún paraguayo lea el nombre y le llame la atención. Ciertas novelas repercuten por la temática, por ejemplo, Heroína de Nicolás Correa y Malvinas. Tenés tres lugares para charlar sobre la novela: la historia en sí, cualquier espacio donde se hable de Malvinas y cualquier otro en el que se hable de género. Otro ejemplo: Trasfondo de Patricia Ratto, es asfixiante, estás en el submarino, falla todo, ellos siguen navegando pese a que la guerra había terminado, no tenían comunicación. Ese libro se metió en un montón de círculos de Malvinas. No solo se habla de la novela sino que salís un poco de la mesa de debate literaria. Esto no ocurre con Paraguay pero uno no elige escribir sobre cierta temática, es imposible. Ojalá lo pudiese hacer. Escribo sobre lo que quiero escribir, entonces salen novelas como la que estoy terminando ahora, que precede históricamente a esta idea y también tiene algún marginal y vagabundo dando vueltas. Es el mundo que me interesa.

Martín Di Lisio - Dante Fernández 03
Es particular la forma en que funciona la muerte, está dando vueltas pero no tiene peso dramático, es algo que puede suceder, nada más.

No hay un drama alrededor. Creo que la agonía es peor, cualquier persona que tenga un familiar enfermo lo puede decir. Respecto al enfermo principal en la novela, el hermano de Cáceres, él va a acompañarlo pero no está expectante de su mejoría, no tiene interés, va por el parte médico. Si el hermano se muere, se muere y listo. Los otros son personajes que están viviendo en la marginalidad, próximos a la muerte. Me han dicho eso, que la muerte está ahí pero no es lo central. Fue algo sin querer.

Una flotación no determinante.

Hace mucho tiempo fui jurado de concursos. Una vez me trajeron más de ciento cincuenta cuentos, todos en papel. Recuerdo que cincuenta o sesenta eran de hospitales y enfermedades. Es un tema recurrente en la literatura. Si no estaban internados, el hospital estaba dando vueltas. Igual me cuesta un poco decir qué escribo y por qué. Las ideas salen de algo visual o una frase, como si te dicen: “prendieron fuego un auto”, a partir de eso puede salir cualquier cosa.

Los personajes tienen trazos poderosos pese a esta ausencia descriptiva de la que hablábamos.

A veces leo historias en las que, con dos rasgos de la cara, un escritor te hace imaginar al tipo melancólico o con cara de loco. También necesito ubicar al personaje, no solo a él, sino dónde está parado. Quiero que leas y sepas si el personaje está a la derecha, adelante o a la izquierda. Necesito ubicarme. Imaginate una obra de teatro, se prende la luz y ya están los personajes en escena: uno tiene que estar a la derecha, otro en la izquierda, otro en el medio.

El hospital es el área del déjà vu, el taller es una especie de cuadradito donde todo está ubicado con precisión.

Me costó no ubicar, no darle un nombre al hospital, en un momento pensé: bueno está acá, pero si uno le pone la referencia…

Es como lo que decía Borges, si uno utiliza referencias conocidas se vuelven opinables, mejor Babilonia.

Me pareció que si lo nombraba, no cuadraba todo y no me gusta que no cuadre todo. Soy muy hincha bolas con la jerarquía. Meto referencias reales como el Mercado 4, entonces entro al mapa y veo dónde está ese mercado. También los dos puentes.

La casilla donde él vivió, la niebla.

Sí, había cerros, ellos le dicen la Cordillera del Amambay. Me puse a jugar con esa cuestión pero capaz que un paraguayo se pone a leerlo y dice: eso no es así, lo mismo con los japoneses si leen un cuento mío y piensan: cualquiera. Es como si un japonés escribe sobre Buenos Aires y nosotros se lo discutimos. Justo estaba leyendo la historia del tango A Media Luz, lo escribió un uruguayo que nunca estuvo en Buenos Aires y usó una referencia que no existía, pero está tan instalado que uno cree que era así.

Claro, verosimilitud mata realidad.

Eso me gusta, que sea verosímil. No hago ciencia ficción, le doy bola a lo geográfico por eso a veces me es difícil escribir textos anacrónicos. Estoy con una novela que se sitúa en el año ’44, me cuesta un huevo, si me situó en el año 1000 es otra cosa, ¿quién vivió en esa época? Pero en el año ’44 se puede investigar todo.


“Si tenés la idea del cuento de tu vida, así sean dos páginas, no podés escribirla rápido. Físicamente lo podés hacer pero si no le das otra lectura una semana después, no sirve.”

Pasaste por la dramaturgia, ¿eso permea tu trabajo?

Capaz que voy a decir una boludez pero yo juego al tenis y al paddle, para mí la literatura y la dramaturgia son como esos dos deportes. No son lo mismo, pero si sabés hacer una de las dos cosas, la otra no arranca de cero. El cambio es difícil, si juego al tenis y después paso al paddle por ahí tengo el vicio del otro deporte y cometo errores. Tuve muchos talibanes como docentes, en dramaturgia no podía poner ninguna sensación mía sino que todo se tenía que ver, que el personaje hable y se mueva, que el director que tome la obra lo vea triste. Está bueno, eso te saca toda la sarasa.

¿Cómo vas de un género a otro?

En literatura escribí cuentos, cuentos y cuentos. Se me metió la dramaturgia en el medio, tengo un gran proyecto que en algún momento voy a hacer. Hice un curso de dirección con Diego Kohan pero nada más. Un poco de poesía escribo cada tanto, bueno, ahora la novela es lo que más tiempo me lleva. Siempre en esos cuatro géneros.

Venís seguido a Buenos Aires, ¿cambiaron tus modos de leer y escribir viviendo en Tandil?

Acá viajaba mucho en subte, por lo menos una hora de lectura tenía. Los mediodías en medio del laburo en el microcentro, salía a comer y leía algo. En Tandil tengo un trabajo más flexible, si viajo en auto o en colectivo son cinco minutos, así que la lectura por lo general es a la noche antes de dormir. Eso también me pasa con la escritura, se está volviendo cada vez más nocturna. Me gustaría levantarme a las siete de la mañana, aprovechar una horita, cada tanto lo hago, pero es como quien va a correr dos veces y después no corre más. Me levanto una vez, re contento ese día, el segundo también, al tercero ya no lo aguanto. No soy rutinario para la escritura, me gustaría pero me cuesta. Me gustaría escribir más.

¿Qué recorrido está haciendo Paraguay?

Lo presentamos en la Feria de Editoriales de Tandil. Fue de casualidad porque nos enteramos a último momento. Lo presenté con Luciana Strauss que presentó El Ente, ahora la idea es presentarlo en Buenos Aires en julio, recorrer algún circuito de ferias. Capaz en Tandil hacemos otra presentación más jodona, con música, recién en octubre cuando haga calor porque Tandil tiene eso, si querés hacer algo al aire libre tenés que hacerlo cerca de fin de año.

 

fuente revistaruda.com.ar

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