Miserias de la abundancia, Miguel Megias

La desazón, y el pesimismo, operando como paso previo a la acción ofensiva.

Un telón de fondo que reúne, en ese plano, elementos que explican o condicionan, cuando no justifican, determinados comportamientos que van definiendo el perfil psicológico de Ismael Quiroga, el protagonista de Miserias de la abundancia.

Cobran fuerza en esa dimensión: la locura como herencia, las sombras, la lluvia, el fuego y, obviamente, las miserias que denuncia el título de esta novela que también nos habla del hombre que, más allá de cualquier pecado original, forma una familia. Su construcción y derrumbe.

 

Manuel Megías habría elegido, como un recurso eficiente para desnudar ciertas partes de la realidad que observa, ofrecerle la palabra a la locura, prestándole una voz orientada a cuestionar todo aquello que en principio encaja mal o, tras el tiempo, desencaja. Tal vez lo hizo admitiendo que en ciertos casos, por medio de la locura,  uno puede llegar a adquirir alguna capacidad de reconocer  miserias atrapadas, que giran  a nuestro alrededor, para intentar después asumir las propias debilidades y verdaderas limitaciones que, frecuentemente, impiden ejercitar bien la razón.

La locura y la muerte; la mentira y la verdad; la apariencia de tantas cosas. Los ojos de una locura irónica y la locura de los pedantes; aquí un punto de encuentro con Erasmo de Rotterdam.

 

Es una novela de sombras, de todo aquello que no sabemos aceptar ni descubrir en nosotros; una historia de insuficiencias y carencias; de pérdidas, de rabia y celos, de frustración y angustia. Es una mirada sobre las obsesiones y el descontrol; es la vida de un hombre mal arrepentido que, a pesar de todos y de todo,  permanece inmerso en un creciente decaimiento moral.

Y es una conexión con la noción de destino.

 

La lluvia en la literatura; llega abonando la idea de fertilidad, pero también de melancolía y muerte.

Imágenes de lo inevitable y de lo consumado.

El fuego que todo lo destruye pero que, cuando el hombre lo descubre, vence el miedo a la oscuridad que, hasta entonces, generaba un escenario propicio para el ataque de bestias y fantasmas.

 

Aquel Mario Vargas Llosa de los años ´60, decía que, por una cuestión de vocación, los escritores se convierten en profesionales del descontento; se hacen perturbadores conscientes o inconscientes de la sociedad. Y, asimismo, sostenía que el escritor debía seguir arrojándoles a los hombres “el espectáculo no siempre grato de sus miserias y tormentos”. También afirmaba que la literatura es fuego y que, “en el dominio de la literatura, la violencia es una prueba de amor.”Algo de todo esto se encuentra también aquí.

fuente: www.evaristocultural.com.ar

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