A VECES LES DIGO MAMÁ A MIS NIÑERAS, CAROLA GLIKSBERG

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Carola Gliksberg, una celebridad de los confinamientos, increíblemente rubia, montada en elocuentes anteojos negros de gran baronesa de Barrio Parque, cumple con la definición exacta del encanto. Pasó años como directora independiente de cine y teatro y supo cómo llevar el personaje. Pero es en el espíritu clásico de la palabra donde Carola Gliksberg es encantadora: como una hechicera, hipnótica, su fantasma neurótico merodeando en cada silla del Café Tabac.

Su nombre heterogéneo y aspiracional se volvió un tema de reflexión. Nos preguntamos si es un alias. Y otros se preguntan si no es, de hecho, un hombre. Aunque el modo en que simula hablar el lenguaje de una chica adolescente es bastante encantador y bien intencionado, Carola no es lo que parece. La fascinación que despierta la autora, lo siniestro, quizás se encuentre tanto en su nombre, que se presenta como un enigma a descifrar, como en el mecanismo que pone en marcha. El encanto es una cualidad que confunde, cambia de formas, invistiendo a la cosa con un aura misteriosa. “El poder mágico de imponerse a la vista de los espectadores, para que la apariencia sea totalmente diferente de la realidad”, escribió Sir Walter Scott. Se crea o no en él, el encantamiento está.

Victoria Colmegna y Cecilia Gerson

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