Monroe, María Cecilia Perna / Ilustraciones de Powerpaola
Monroe es una invitación a sentir la realidad como ese rayo que se hunde en nosotros y nos permite un camino en reversa. No es un libro budista —aunque el epígrafe de su primer poema lo sea—, no hay aquí quietud meditativa ni restricción del deseo. Al contrario. El deseo no se ve como la fuente del dolor, o no así únicamente, sino también, y sobre todo, como fuente y núcleo de la vida. En la escritura, lleva el ritmo, marca el tono, le da carnadura a la poesía y a la especulación intelectual.
Tampoco es un libro enteramente punk: el desenfreno se da en pequeñas dosis o está francamente en el pasado. En Monroe hay conciencia del deseo; hay un cuerpo y una conciencia que se vuelven cada vez más hábiles en desmadejar lo real de lo ilusorio, el deseo del mandato, incluso del mandato paradójico del goce. Monroe insiste en la potencia transformadora del deseo cuando la conciencia desnuda las determinaciones materiales e ideológicas que la atraviesan y la constituyen. Todo puede alimentar la conciencia cuando es objeto de deseo, deseo de conocimiento y de autoconocimiento; posible, este último, sobre todo, cuando el tiempo da perspectiva para pensarnos. Porque el pasado sí existe: lo confirman nuestros muertos, los que vuelven en sueños; lo confirma nuestro cuerpo, que aprendió que, con las necesidades satisfechas, el deseo es su realidad más acuciante y que se puede vivir plenamente sin cumplir todo lo que su capricho nos dicta, pero no sin hacernos cargo de lo que sentimos.
Monroe es, en este sentido, una invitación a sentir la realidad como ese rayo que se hunde en nosotros y nos permite un camino en reversa: “Al instante supe / que el rayo / que se hundía / adentro mío / era un camino en reversa / por el cual podía yo / salir al universo. Podía hacer correr / por la luz y el calor / de ese rayo que fluía / mi pensamiento / mi amor / mi fuerza de vivir / y las palabras”.
Monroe es ese rayo por el cual corren las palabras; en su luz, es un elogio de la conciencia rebelde; en su calor, un consuelo frente al desamor capitalista; en su belleza, potente, precisa y necesaria, ese rayo en reversa es poesía.
Carla Sagulo
Yo dudé pero él tenía una remera de los Sex Pistols
Dudé
por un segundo pero él
tenía una remera de los Sex Pistols
y yo
conocía muy bien
el periplo que se esconde
detrás de esa mínima bandera. Una remera
de los Sex Pistols
en la milonga del jueves
y un poco más allá
de las dos de la mañana,
cuando ya no queda nadie
que te saque a bailar una tanda decente,
cuando el cansancio
se acumuló de golpe sobre el filo
del taco y el calor
final de marzo pegotea
las frentes en la pista,
una remera
de los Sex Pistols
discretamente limpia y
bien llevada
sobre un cuerpo plantado
en sus caderas — la cabeza
en alto
acostumbrada
a escuchar durante ya
unos ocho años
alemanes que jamás
interrumpen sus turnos de habla, pero
local
de corazón
local, él
de Almagro hundido en rojo azul y
la melancolía imposible
de traducir
la relación afectiva
entre las palabras
malvón y balcón (que encima riman)
al germánico básico y
una remera
de los Sex Pistols
cubriéndole
el pecho encofrado de ese corazón
— de veras anda
y sabe escuchar
la música moviéndose a ritmo en la pista
discreto
un abrazo
seguro
simple y sobre todo
alegre
un abrazo que no deja
margen de duda y encima viene envuelto
en una remera de los Sex Pistols
factor
determinante del destino.
La vida es un conglomerado
de decisiones menores
como esta:
elegir de la pila de ropa
a medio entrar y salir
de una valija
que va y viene — Buenos Aires-Stuttgart
una remera de los Sex Pistols
y usarla
esa noche frente a mí
una bandera
que me era cara al corazón
más que el tango
más
que el alemán
más
que el infinito
extraño monto de coincidencias que han formado hasta aquí
mi vida
esa bandera
me era cara porque acertaba
un flechazo al centro
de mi convicción vital
y estética:
NO
HAY
FUTURO
apenas
una serie discontinua
— pero concreta
de decisiones menores
tomadas
en el continuo holgado
del tiempo
una remera
de los Sex Pistols
era el punto de inflexión
que torcía o quién sabe enderezaba
la fortuna que fabrica
los destinos:
yo dudé
un instante y sin embargo
sentí toda la urgencia
de la vida plantada
a mis pies
fue eso
un instante
de duda y después la convicción
profunda de saber
decir que sí.