Esa trampa de ver, Diego L, García

Palabra viva, palabra en movimiento, que se hace cargo de su propia consistencia material y de la carga de sentido que porta (sentido nunca cristalizado pero palpable, que parece venir más que nada del espeso barro de la experiencia vivida), y que va abriéndose paso, como el pensamiento cuando se despoja de obligaciones ordenadoras o explicativas, como si fuera –y lo es– un impulso vital o una música. Dejar que se despliegue en toda su potencia esa corriente y nos lleve a reflexionar y a reconocernos –o a desconocernos, que es lo mismo–, porque el mundo que va trazando es el nuestro, nos guste o no, visto con los ojos completamente abiertos y con la inteligencia y la sensibilidad activadas al máximo. Administradas, esa inteligencia y esa sensibilidad, por un arte de la escritura que valoro muy especialmente, porque, a la vez que me resulta muy disfrutable, me reclama poner en juego mis mejores capacidades: hablo de la poesía de Diego L. García en general, y de la de Esa trampa de ver en particular. – Daniel Freidemberg

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