Crónicas africanas, Fernando Duclos

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Es engañoso. Podría parecer que Fernando es un turista más. O un caminante perdido. Pero no es así. Fernando primero llega, luego observa y finalmente pregunta. Habla con todo aquel que se cruza en su camino. Y eso se nota. Sus crónicas están hechas con los ojos, es ante todo un gran mirón. Nada se escapa al ángulo de visión de este taxidermista. Y la tarea no era fácil. África es inmensa, poliédrica, compleja. Alguien me dijo una vez que ‘cuando llegas a África piensas que puedes escribir un libro; al mes dices, bueno, quizás un reportaje; y cuando llevas un año viviendo en ella te das cuenta de que no puedes escribir nada porque nada sabes’. Por eso Fernando es valiente, por eso describe lo que ve. Porque es la mejor manera de contarla.
Pero no es sólo eso, este libro es mucho más que un compendio de experiencias. ‘La masacre de Rwanda empezó en 1918’. Esta frase con la que arranca su crónica 32 condensa el afán de Fernando por darnos contexto. No se limita a contarnos lo que vio en el museo del horror del genocidio, además nos explica los porqué. No se queda en la superficie de una guerra, sino que bucea en las procelosas aguas de las fronteras y los países. Remonta los ríos de la historia hasta encontrar la piedra angular de su relato. Es redondo Fernando Duclos. Es una lectura serena, didáctica. Y no era fácil, insisto.”
José Naranjo, corresponsal de El País en África Occidental

Fernando Duclos
Sentado en su escritorio, con el cuerpo en la oficina pero la cabeza volando por otros lugares, Fernando Duclos pensó un día: “Si la espalda me va a doler, que sea por cargar una mochila, pero no más por vivir frente a una computadora…”. Así, este periodista argentino se animó a cumplir un viejo sueño y sacó pasaje directo desde Buenos Aires a Etiopía. Solo, a dedo, con la mochila, empezando por Addis Ababa y terminando en Johannesburgo, después de recorrer 14 países africanos y de pasar por lugares tan extraños como Somalilandia y Burundi, este libro finalmente es el retrato vivo, el testimonio de esos ocho meses en el continente negro: al cabo, ser un “muzungu” no es para cualquiera.

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