La llorería, Martín Sivak

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En las vísperas de la Nochebuena N. me dejó por mensaje de texto. Lo disparó desde un campo remoto de la Patagonia con temperatura templada y lo recibí en un hotel céntrico de la ciudad de Catamarca con 39,5 grados.

Siento que quiero estar sola por un tiempo.

Con taquicardia, me largué a caminar por la peatonal. Compré un Gatorade helado de color azul; más tarde, unas Havaianas grises. Esa tarde subí un cerro, me bañé en el río y conocí una docena de cactus gigantes. La geografía, sus accidentes, su vegetación, no me alejaba del monotema.

Pasé la noche del 24 de diciembre notificando de la novedad a unas pocas personas. Escribí una carta, un manifiesto de la desesperación. La mandé a las 5.35 de la mañana del 25 de diciembre.

Antes de tomar el avión a Buenos Aires recibí una respuesta que interpreté lapidaria.

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