El tiempo de la convalecencia, Alberto Giordano

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Entre los dones de la madurez, pasada la barrera de los cincuenta (dones que hay que atribuirse y sostener con convicción), están la disposición a negarse o rechazar, sin abundar en justificaciones, la agilidad para sustraerse de lo que preferiríamos no nos incluya y, fundamental, el desinterés por las opiniones y juicios sobre nuestra conducta o nuestro carácter si no los enuncia alguien que amamos. Podríamos llamarlo irresponsabilidad metódica. Como en todo ejercicio, con el tiempo se alcanza un virtuosismo inimaginable en las edades precedentes.

En mi caso, el de alguien que eligió entrelazar escritura, investigación y docencia para definir un desempeño profesional, llevar un diario en Facebook, casi porque sí, restándole interés y tiempo al verdadero trabajo, es una manifestación de esta clase de madurez que asume los placeres y los riesgos de la irresponsabilidad metódica. El valor de este ejercicio no depende de la calidad de los resultados -ni de la aceptación, el rechazo o la indiferencia que puedan despertar-, sino de la fuerza con que prefigura la utopía de una vida sin obligaciones pero laboriosa, incluso exigente, movida por un deseo de perfeccionamiento sin alcances morales.

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