del mismo barro, osvaldo lamborghini

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En las historietas, la serie se ensaña en la fórmula: siempre se trata de la pareja del hampa contra o ante la Ley. Complicadísimo hablar de la traición de los verdugos verdugueados, y más aún de los beatificos, como Bree y Klute, como Tokuro y Jansky. Pero. "La trapa de la trampa". Si es sabido, a todas voces, que "la causa siempre la gana el tribunal". "Dejadme que yo prefiera la hoguera", entona Javier Krahe. Pero en la obra de Lamborghini no se puede preferir. Matar a la fórmula Arkoff o aquella otra de la Gran Literatura es terminar ahorcado. Si total ya estaban jugados. Y la tierra, perdida.

Así, Lamborghini anda, en los cómics, entre los chirries de registros la lengua de la traducción española mala pécora corroída por el rioplatense nórdico e industrial- y los cuerpos, las formas de cuerpos, horrores, terrores. En el camino hay nubarrones polvorientos, una pampa que se aquilata; y la frontera. Dios lo quiso así. También está, fantasmal, en un sarcofago de paréntesis insurrectos, el dictamen de Juana Blanco, esa chica, la escritora. Y una constatación: los sucesos no se han desencadenado.

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