Meteoro de verano, Arno Schmidt

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Los textos de Arno Schmidt son un desafío para todo lector. Su primer obstáculo radica en que se oponen a cualquier lectura veloz: nos obligan a ir despacio para evitar los sacudones de un camino que parece plagado de ripios, pero que esconde un virtuosismo deslumbrante. Y que expone, si se lo recorre con calma, una idiosincrasia de posguerra que resulta rabiosamente actual. Los cuentos se repiten casi como una fórmula, pero es una fórmula que permite el lucimiento de todas las artes de Schmidt: sus constantes neologismos, sus juegos de palabras, su dominio sobre el aspecto plástico de la lengua –la sonoridad y el ritmo–, sus conocimientos literarios e históricos, su ironía implacable y su vocabulario infinito. Todos los relatos están unidos por un narrador que se repite en la obra de Schmidt: un alter ego del autor que algunos críticos han leído como una especie de Don Quijote “malo”. Porque con su ironía Schmidt destila una maldad implacable, una furia potente que se dirige contra el mundo que lo rodea y del que solo se permite rescatar tres zonas: las ciencias puras, el arte y la naturaleza. Su esfuerzo por destruirlo todo y, a la vez, reconstruir amorosamente estas estrellas que sobreviven en el lodazal, impulsa su fuerza narrativa, le da forma a un poder hipnótico del que es imposible sustraerse. 

del prólogo de Gabriela Adamo

Arno Schmidt nació en Hamburgo el 18 de enero de 1914. Se crió en Silesia. Fue reclutado como soldado durante la Segunda Guerra –en la sección de cartografía– y peleó en Francia y Noruega hasta caer prisionero en Bruselas en 1945. Escribió su primer relato en 1937. En 1949 publicó su primera obra, Leviatán. Los relatos reunidos en Meteoro de verano fueron redactados hacia finales de los años 50 y principios de los 60. Desde 1958 vivió en una casa de madera en las afueras del pueblo de Bargfeld. Obstinado colaborador de diarios y revistas, el periodismo y la traducción fueron durante años su más asiduo ganapán. (Realizó más de una decena de traducciones de autores ingleses y norteamericanos, como Wilkie Collins y Faulkner). Otro medio de vida se lo proporcionó la Süddeutsche Rundfunk, que le encargó programas de radio nocturnos, de más de una hora de duración, y que Schmidt aprovechó para inaugurar un género nuevo: diálogos encendidos sobre escritores del pasado. Caminante, fotógrafo aficionado, hombre solitario y de pocos amigos, mezcla de arqueólogo y predicador literario, a sus favoritos no podía criticárselos: “Jean Paul es uno de nuestros grandes, uno de entre aquellos veinte por los cuales me batiría a duelo contra todo el mundo”. En ese panteón se encontraban, además, Karl Philipp Moritz, Ludwig Tieck, Christoph Martin Wieland, Adalbert Stifter, pero también Edward Bulwer-Lytton, James Fenimore Cooper, H. Rider Haggard, Edgar Allan Poe, Lewis Carroll, James Joyce y Raymond Queneau. De una obra que incluye ocho novelas, diez nouvelles, dos volúmenes de cuentos, cinco de ensayos, una biografía de La Motte Fouqué, un estudio sobre Karl May, diversos tomos de correspondencia e innumerables fragmentos dispersos, al español se ha traducido La república de los sabios, Momentos de la vida de un fauno, El corazón de piedra, El brezal de Brand y Leviatán/Espejos negros. Según Schmidt, cuya especialidad era la novela de mediano alcance, los cuentos eran “pequeños yuyos venenosos”. Acaso su obra magna sea una investigación entre documental y novelesca sobre la vida y obra de Poe, publicada en 1970 y titulada El sueño de la ficha. (Al igual que Nabokov, era a partir de fichas como Schmidt componía sus textos y para este libro se calcula que utilizó unas ciento veinte mil, que llenaron más de mil trescientas páginas impresas). Arno Schmidt murió el 3 de junio de 1979. Un escritor que no se compara con nadie, en alguna oportunidad escribió: “Es mejor andar a pie solo que viajar con muchos”.

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