LA ALEMANA, GUSTAVO ESCANLAR

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Todos saben en el barrio que las llamadas no sirven para nada, que son un invento para transar y curtir y robar guita dándoles estampitas a los turistas, a los universitarios, a los ex comunistas que curran de publicistas, a las nenitas de la Católica, a los cantantes populares. Las llamadas, ese desfile carnavalero que hacen los negros una vez por año con el verso de las raíces africanas, de los tambores, del candombe. Ese verso que compran los turistas, la MTV, los estudiantes, el museo del carnaval.

Todos sabemos, también, que el Seba es el menos afín a cualquier tipo de manifestación popular. Solamente el fútbol le gusta, pero por televisión, con replay, cámara lenta, Telebean, Macaya Márquez. Fue el primero del barrio en tener Premium, pero lo mandó sacar después del tercer partido que le cayó todo el barrio por la casa. Parecía la publicidad de Coca-Cola.

Como el tipo es así, raro, callado, no entendimos nada el último febrero que pasó con nosotros, cuando se apareció recopado con las llamadas. Y con la Alemana correteándole atrás, como esas estudiantes de comunicación que se ponen contentas cuando un videísta deja que le lleven la cámara. La pareja más rara de la Tierra, el Sistema Solar y la Vía Láctea. Los tipos nunca se ríen de nada. Pero esa tarde parecían de tripa o algo por el estilo. Saltaban y se cagaban de la risa por cualquier estupidez.

—Bueno, viejas, esta noche salimos atrás de Tronar de Tambores.

—¿Qué te pasa, Seba? Vos con las llamadas nunca estuviste ni ahí. Al contrario, te calienta que te vengan a invadir el barrio.

«Se llena de turistas», decía. «Parece el carnaval de Río», remataba, como si alguna vez hubiese pisado el Sambódromo. Desaparecía. Se encerraba solo. Esperaba la vuelta a la normalidad. Esa noche no.

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