Cantos del desierto y la monta¤a, Leguizam¢n

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He aquí una escena posiblemente familiar: escuchamos una canción que nos gusta repetidas veces, aprendemos la letra con mayor o menor precisión, cantamos a viva voz, creemos que lo que dice encarna algo de nuestro sentir. Si la letra nos parece excelsa, incluso llegamos a decir “es poesía”, entonces vamos hacia su materia textual, extraemos el texto y lo leemos aisladamente en una pantalla o en un papel. ¿Y qué sucede? De repente, sin el aparato instrumental, la letra pierde magia y efecto: aquellas resonancias internas entre palabras que cantábamos placenteramente, ahora resultan rimas pesadas, “ripios vergonzantes” como diría un Borges enojado; saltan a la vista elementos que no encajan con la idea compacta que nos hicimos sobre aquello de lo que la canción se trata, vemos que el sentido está relegado, puesto en función del sonido. Cada género musical tiene sus yeites y esto alcanza al universo de palabras repetidas hasta convertirse en lugares comunes. Los nena del rock n’ roll, los ya tú sabes del reggaetón, o la inagotable rima de cerveza con cabeza en cualquier género popular son usados como comodines que completan el escandido métrico más o menos previsible que dicta el ritmo musical y que, al completarse, genera un goce. El automatismo del compositor es el goce del que escucha y baila. Dos preguntas. La primera: ¿Qué se genera si ponemos a danzar significantes viejos y gastados? La segunda: ¿Es posible bailar un libro de poemas? En Cantos del desierto y la montaña Leguizamón parece ensayar una respuesta.

ay viditay, me voy cantando
en la plaza están quemando
luli olvidarte no puedo
ay mi cariño sincero
te sé bailar
cómo te quiero?

ay viditay
te sé bailando
ay viditay
me voy cantando

en el placer de los perros
en el cordón de los sueños
ay viditay
me estás matando
sin tu cariño
me voy andando

no supe saber quererte
entre espejos de querertes
ay viditay
estoy de paro

*

ADIVINANZA

la agrupación de galaxias se encima
por la ciudad amada también
gases en los sueños del músico adolescente
será
nuestra jornada de luces y naves
ríos que cruzan la ciudad
desiertos pobres torturados
policías y militares
calles barricadas patrulleros ardiendo
vagabundos con droga

*

sabrás cantar en la noche y la madrugada
tu cuna ardiente con las palabras del futuro
dime, canta
los ojos tienen del sol todo el oro
y la luz viene a lamer todo el tesoro
silencio, solo electricidad
es el viento que pasa y se va
altas torres brillantes todo el día
luces extrañas que te visitan
los frutos de la poesía
nena, el límite es la obligación
llevar la existencia al máximo posible

*

Árbol, duro
Pez que nada
Pájaro que vuela

Perro que ladra
Caballo que cabalga
Burro que rebuzna
Ganso que gansa
Albahaca/ carnaval

Noche que dice
Madre que canta
Brother que manda
Lucrecia Martel

Árbol guitarra
Perro que canta
Noche que abanica
Cueva de placer

Planta que crece
Viernes que vence
Sol que se viene al amanecer

Leguizamón nació en San Salvador de Jujuy en 1982. Ha publicado Cuando llegó la brigada amanecí en el barrio (Perro pila, Jujuy, 2004), The sound of la galaxia (Ese es otro que bien baila, Paraná, 2010) y varias ediciones de autor. Es columnista en la revista Bazar Americano. 

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