Veinte pungas contra un pasajero, Washington Cucurto

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Estas son mis actualizaciones, mis reescrituras y mis “reencuentros”, llámenlas como quieran, también tendrán la libertad de usar la palabra “robo”. Aunque siempre esa palabra (“¡robo!”), me pareció demasiado definitiva y por eso autoritaria, intachable. ¡Y cuánto me entristece lo que no se puede tachar! ¡Eso está muerto! ¡Ay, desde Ramón López Velarde (a quien el gran poeta Porfirio Barba Jacob imortalizó en su bellísara que conozco de jugar, me adueñé de estilos, cambié versos, rimas, frases, ideas... Y lo hice, porque todo lo que se escribió antes, y en eso ya entraría esto mismo, nos pide a gritos que lo hagamos nuestro, que no lo dejemos morir. La reescritura-pungueada-juguetoril es un “no dejar morir”. Esa es la única tradición posible que conozco.

Lo hice a mi pobre modo, con más torpeza que destreza, obvísimamente. Y en eso siento un orgullo inconmensurable. A pesar de eso, ¡quien los salvará a ustedes, a medida que vayan leyendo el libro, de ese ocasional “reencuentro” celestino por las huestes entorpecidas de la letra!
W.C.

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