un amor imprudente, pedro orgambide

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El seis de julio de 1914, la poeta uruguaya Delmira Agustini es asesinada por su marido, Enrique Reyes, quien había descubierto la relación clandestina que sostenía desde hacía algún tiempo con su amante, el intelectual y político argentino Manuel Ugarte. Desde las  primeras líneas de la novela (“Ayer murió Delmira. La mató su marido en un sórdido hotel de Montevideo, donde solían encontrarse después de la separación”), se manifiesta sin ambages tema y conclusión. Tal estructura formal no constituye un dato menor para abordar la novela: en el contrato de lectura que plantea Orgambide, el suspenso como elemento constitutivo de la trama brilla por su ausencia; el comienzo prenuncia el final, tal  como, por citar dos ejemplos paradigmáticos, sucede en La pérdida del reino (José Bianco) o en Crónica de una muerte anunciada (Gabriel García Márquez): si el lector persevera en la lectura no es para saber qué ocurre, sino cómo ocurre, y no es ocioso señalar que es harto difícil sustraerse a la lectura de Un amor imprudente, donde Pedro Orgambide hace gala de sus notables dotes de narrador.

La segunda intrepidez es haber elegido como voz narradora en primera persona al amante de Delmira, Manuel Ugarte, a partir del cual del microcosmos de la historia (el asesinato) se progresa hasta la pintura del fresco histórico y de sus egregios personajes: el filósofo uruguayo Vaz Ferreira, Horacio Quiroga, el asesinato de Jean Jaurès, un diálogo que mantiene Ugarte con Hipólito Yrigoyen, el debate entre socialismo utópico y socialismo científico,  su amistad con Alfonsina Storni, un breve encuentro con Carlos Gardel.

Toda la novela, como la historia lo requiere, exhibe una eroticidad manifiesta, desbordante, que, por desdicha, no suele ser común en la narrativa argentina, que bascula entre el exhibicionismo de mediocre estofa y la pacatería del circunloquio. Una eroticidad que, en Un amor imprudente, halla sitio y acomodo porque se desarrolla en correspondencia con el erotismo que alienta en la poesía de Delmira Agustini, quien si revolucionó, como, en efecto, lo hizo, la poesía de la época fue también por esta característica: una abierta sensualidad que si en la pluma de un hombre era revulsiva, en la de una mujer conformaba un escándalo de proporciones; basta revisitar poemas como “El intruso” o “Boca a boca”.

Como en un juego de cajas chinas, Ugarte se pregunta para qué escribe y se responde: para saber, para saber quién fue Delmira Agustini, y agrega que está tomando “los apuntes de un libro que no escribiré: una novela en la que Delmira es el personaje principal y yo algo así como su escriba.” En efecto, es el libro que no escribe Ugarte, pero que consuma Pedro Orgambide.

Varias obras de Pedro Orgambide son corales (se podrían mencionar Historias con tangos y corridos, Memorias de un hombre de bien, entre otras); ésta, en cambio, que por fortuna ha rescatado Evaristo Editorial de su destino de opacidad, es una impecable pieza de cámara para tres intérpretes; un tema (el triángulo amoroso) tan viejo como la literatura, y al cual Orgambide ha sabido remozar para que suene con una afinación perfecta.

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