Soledad Col, Fernando Callero

“Soy el menos difícil de los hombres. Todo lo que quiero es amor ilimitado”, escribió una vez Frank O’Hara: lo mismo que estuvo diciendo Fernando Callero en cada uno de sus libros. En Soledad Col los poemas se levantan por el amor como una carpa, y también se doblan, flexibles, hasta tocar el piso: amor por Kevin, por el pá, por otros sin nombre que llegan, hacen ruido y se van. Y amor, también, por el paisaje, por las formas de lo natural –Callero siempre fue un excursionista–, por un lugar. Cuando alguien abra Soledad Col va a aparecer en el punto exacto del planeta al que este libro pertenece: Villa Adelina, ese barrio que se apoya en el río Coronda con sus familias trabajadoras, sus narcos adolescentes y sus chicos que hacen mandados o se tiran al sol. Para todos ellos también hay amor.
Si algo nos enseñó Callero a los poetas de la galaxia del Litoral, es que la poesía es el resultado de un cuerpo expuesto a unas cosas, que no hay buenos poemas sin riesgo, y que tal vez nunca tengamos algo más seguro que ese vértigo. “Querías ser artista, fumaste más/ tomaste más, hiciste lo que quisiste/ sos un moretón/ desatemporizado//Te reuniste con el corte del verso/ hiciste de cada palabra una canción/ y con ella un corazón”. Todavía estamos tratando de aprenderlo.

Santiago Venturini

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