Línea materna, Lila Paolucci

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¿Cómo renombrar el pasado, restituir la ausencia, reponer lo perdido? La escritura de Lila Paolucci nos invita a acompañarla desde la primera línea y no nos suelta hasta la última palabra. Recorremos sus páginas como quien repasa un álbum: una sucesión de escenas en las que nos detenemos como si cada postal fuera la invocación de un pasado que necesita ser renombrado, rememorado, recordado. Ese empecinamiento de la memoria por retener alguna cosa: la forma de una acacia -o de un aromo-, el sabor dulce de unos higos tardíos, pedazos de canciones acopladas. El texto avanza a fragmentos, con la persistencia de lo indomable: nos pone de frente a ese pasado que se esmerila: lo interroga, lo desnuda. Desde el desgarro que provoca la pregunta por el vínculo de una hija con su madre, las escenas se suceden, se contrastan, se replican, se renuevan: cobran sentido. Casi como si se tratara de un cuadro en el que vamos agregando capas, a pinceladas, a puro empeño de estabilizar un relato posible, como si ese relato nos pudiera refrendar una respuesta: esa certidumbre que buscamos y que se nos desvanece a cada paso. Nada entero sobrevive, decía Paul Valéry. Así funciona la construcción de Línea materna: nos quedan las ruinas, los fragmentos, las palabras: esas esquirlas.

Mariana Travacio

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