Arrivederci amor mío, Agustín González

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Franco y Puna se conocieron en un barco a Italia en 1958. Él había estado en Buenos Aires por negocios y regresaba a su país. Ella viajaba por primera vez, con 23 años, para estudiar historia del arte. Estuvieron juntos el año que duró su formación y se separaron con la promesa de volver a verse. Al poco tiempo de llegar a Rosario, comenzó la correspondencia entre ellos.

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Construidas como lúdicas ficciones, las cartas de Susana pertenecen a ese género menor tan femenino que es la carta no enviada, la que se escribe sabiendo que no se enviará. Son cartas que nacen muertas como tales, dirigidas a un amado ausente que seguirá siendo ambas cosas y que sólo sirven para preservar la ilusión; aquí son, además, materia de novela.

Beatriz Vignoli

“No puedo creer que llegué a pensar que me responderías”. Sin embargo, desde el pasado, Franco le responde. Y aunque sabemos por anticipado que se trata de un amor no correspondido, el efecto es la emergencia de un presente en el que el otro tiene que dar una respuesta. Entre las cartas escritas en presente, y las que afloran con fecha del 60 o 61, la novela deja hablando solos a los fantasmas.

Irina Garbatzky

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