Los enfermos, Natalia Rozenblum

Manuel está ingresado. Su madre pasa día y noche a su lado, en una suerte de vivienda minúscula. Un espacio privado de intimidad. Alfredo es el padre de Manuel, y acude cada poco de visita. Aprovecha esas visitas para violar a su mujer mientras esta se aferra con fuerza a las piernas de Manuel, mientras llora en silencio. Manuel está en coma, por lo que no comprende ni percibe lo que sucede a su alrededor. Y su madre, día tras día, vivirá obsesionada con que Manuel despierta y vuelve a la vida, con que mueve su mano, y que no se trata tan solo un espasmo involuntario de su cuerpo. Esto es Los enfermos, pero no solo esto.

«Que no haga ruido.

Que no se den cuenta.

Que no se me doblen las rodillas.

¿Qué hace acá? ¿A qué vino?

Agarro los tobillos de Manuel para no caer al piso. Para no golpearme.

Estoy seca y el roce duele.

Tengo ganas de hacer pis y me hago encima.

Hija de puta, dice Alfredo con su voz grave, me measte los pantalones, la puta que te parió.

Me lo dice al oído, mientras me pellizca la cola donde ya tengo dos moretones. En los huequitos donde le gusta apretarme con sus dedos.

El pis chorrea por una de mis piernas y entra en mi zapato.

Alfredo se va de la habitación cerrándose la bragueta.

Yo, en cambio, intento no mirar a mi Manuel. Pero no puedo. Sigo con las manos en sus tobillos. Tiemblo.»

«Los enfermos». Página 16.
Quienes hayan pasado alguna que otra tarde cuidando a alguien en un hospital sabrán lo que esa situación conlleva. Las jornadas se parecen demasiado entre sí; la única diferencia entre los fines de semana y los días de diario es la afluencia de visitas. El tiempo parece congelarse, los minutos parecen horas, y las horas días. Más aún cuando lo que estás anhelando es una confusa sensación de esperanza, un deseo de abandonar por fin esas cuatro paredes, a veces incluso pagando el precio de abandonarlas sin ir de la mano de ese ser querido.

Ambiente opresivo.
Rozenblum consigue en Los enfermos reflejar esa sensación opresiva de un modo perfecto y preciso. Capítulo a capítulo iremos descubriendo qué fue lo que llevó a Manuel a encontrarse en esa situación. O al menos en parte. La autora tiene claro que para contar una historia no es necesario que el lector lo conozca todo. Que puede construir espacios repletos de niebla donde no sea imprescindible introducirse para poder leer una obra, y que todo termine teniendo sentido. Y que en caso de que no lo tenga, sea suficiente con que al lector le lleguen las emociones más que la historia.

Para conseguirlo, se sirve de una prosa cruda y poética. Frases cortas, textos repletos de puntos y aparte. El resultado visual contrasta con el narrativo: de una limpieza espacial en las páginas a una opresión constante en lo contado. La novela se estructura en dos partes ambientadas en espacios diferentes, pero igual de asfixiantes. La historia no tiene una estructura lineal. Encontraremos saltos en el tiempo construyendo una narración casi circular, que se tropieza y se reencuentra consigo misma a cada paso. Tratando de encontrar respuestas.

Imagen en primer plano de la escritora argentina Natalia Rozenblum.
Natalia Rozenblum
Reflexión sobre ser madre.
A pesar del peso que tienen las figuras de Manuel y Alfredo en la novela, estamos ante una historia de mujeres. De madres que sufren el lastre de sus descuidos («¿Qué clase de madre deja que le pase esto a su hijo?» Página 80), de cuidadoras que no conciben alejarse ni unas solas horas de sus pacientes («Sabés que no puedo irme, no puedo dejar a Manuel solo. […] Imaginate si se despierta y no me ve a su lado.» Página 130). Madres que deben ocuparse de sus hijos, pero también de sus padres, de todos los que la rodean. Porque eso es lo que debe hacer una madre: sacrificar su vida al servicio de quienes la necesitan. Olvidar que tiene una vida propia, que debe cuidar también de sí misma. No hay tiempo, ni espacio, ni lugar.

Los enfermos es la primera novela de Natalia Rozenblum, y es lo más parecido que podréis encontrar a una patada directa a la boca del estómago. Una de esas lecturas que te parten por la mitad, que te remueven. Un libro que recorres adelante y atrás mientras dura la lectura, y sobre el que es necesario reflexionar y meditar una vez llegas al punto final. Una de esas novelas que se te pegan a la piel, que se quedan contigo con el paso de los días. Que sufres y disfrutas a partes iguales. Pero que, en cualquier caso, no te dejará indiferente.

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