La vivienda del trabajador, D. G. Helder

$3.000

En los 80, cuando lo más común era hacer el viaje de Rosario a Buenos Aires en tren, la visión duraba un rato largo tanto de ida como de vuelta, temprano a la mañana, a la noche tarde, el mismo plano enmarcado por la ventanilla baja en invierno, subida en verano, los huesos casi rompiendo la piel de un viejo que empujaba una pala en un mogote de tierra fresca, una Venus en cuclillas, el pelo atado así nomás, echando de un lado un perro, todavía no se veían casi paredes de ladrillo ni puertas con cerradura, ventanas enrejadas, diez, cinco, veinte años después las tiras de asentamiento no se acortaron sino que se consolidaron, ensancharon, alargaron con cada nueva oleada migratoria.

 

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