camino invisible, fernanda manzanal

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La repetición, la resistencia, lo remoto, la velocidad, son algunas de las texturas que se encienden dentro de Camino invisible.

“Como si quisiera perpetuarse/ insiste en la mudez”, dice en uno de sus versos Fernanda Manzanal y mientras lo enuncia se vuelca sobre su revés, nos sumerge en largas palabras que nos hilvanan, transportándonos a lo recóndito de los universos que propone; nos va zurciendo a los fragmentos del tiempo, mientras que, paralelamente, los espeja.

“La arquitectura borra el horizonte”: El paisaje ocupa, acá, un rol fundamental, es un umbral que nos permite barajar posibilidades, es un marco, un contexto, ¿una excusa? El paisaje acá es frío, es intemperie, desamparo, devastación, pero también es orilla, ola y ondulación, estrellas, cielos, fuegos artificiales, precipicio; es equilibro. “El paisaje estalla y se chupa lo que encuentra”. Nosotrxs, lxs lectorxs, no deambulamos sin rumbo por sus cimas y planicies rocosas, sino que vamos en una dirección en donde, constantemente, hay una intuición que avisa que hay otro lado, otra dimensión, y que su presencia funciona como sostén, apuntalamiento o también como atalaya. “La historia como proyección” y en esa visión el tiempo difuminándose entre el presente y un pasado que juega a aproximarse, a rozar las sensaciones, las imágenes e interpelarlas. Tramando una poética aguda en donde los versos fosforecen, hacen eco, se quedan resonando, insisten, mientras van armando una voz sólida, con fuerza, cósmica.

“El vacío quiebra la inercia”. Palabras que nos impactan en el pasar de las páginas, cual piedras rebotando en el interior de una campana; ese sonido dejándonos suspendidos en su resonancia, en ese tiempo que se mece, en su vaivén, en los dos lados del sonar, acá y allá o, “dispersos entre los ruidos salvajes”. Como si dentro de esa campana estuviese el umbral, el túnel secreto, el arcoíris que empieza en un plano y decanta en el otro. “Muchas veces estamos a punto del desvío”, dice la autora. Pero qué es desvío si no es la posibilidad de vaciar esa intención y resetearla, de dar un giro, rodear la deriva, juguetear y virar para el otro lado. Aquel en donde la nieve desaparece, en donde “secos, al sol, crujientes/ nuestros cuerpos se desarman”; “sin preguntarnos si aún buscábamos ese destino”.

Paisaje como puzzle, como el fondo de un caleidoscopio que se imanta y en ese juego azaroso crea nuevos imaginarios; como horizonte ancorado, como ancla. Escena o visión que se enaltece, depende dónde fijemos el ángulo de la mirada es el portal. Paisaje acá, musical, silencioso, incandescente, ruidoso cual olas del mar o temporal sacudiendo los matorrales.

“El secreto que traés/ dónde vas lo repartís”, dice Manzanal, en uno de los versos casi al final del poemario; y vale destacar que este libro está lleno de pasajes secretos, de relecturas, de tesoros escondidos, de verdades, de crudezas, de serpenteos que ondulan las palabras, las curvan, y en ese movimiento se convierten en certezas. Persuasión que florece aun entre el hastío, aun entre el cemento de una ciudad gris, aun entre las pérdidas y el dolor intermitente.

“Hasta que un destello de aire/nos recuerda/ que afuera todo se deshace”; “un resplandor que es un espejismo”; “la luna se disuelve/ en un laberinto de ligustrina”; “la flecha nos lleva/ al vacío de la perdida”; “¿cuál es el vértice que nos une?”

Camino invisible entonces puede pensarse como una quimera, un reflejo de alguna de nuestras partes, una fracción de la realidad y una reverberación de ilusiones. Una guía sinuosa para encontrarnos, un oasis, o mejor dicho, un espejismo en donde la luz, solo de a ratos, nos deja ver el recorrido y su devenir. Saberes, visiones y el futuro incierto en la desolación del sol nos amparan en el transcurso de estas páginas; y poesía, por supuesto, poesía en estado de iridiscencia, de perla.

Ana Claudia Díaz

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